Lo simbólico en tiempos de eclipses.
Un eclipse no es solo un evento cósmico, es un guiño de la vida, un símbolo sencillo que podemos interpretar como un tiempo de transformación que pone en sombra lo viejo y revela lo que debe morir para que nazca lo nuevo. Puede ser un espejo de nuestros ciclos internos.
Pues educar y vivir con consciencia significa aprender a leer los símbolos de la vida.
En estos días de septiembre de 2025, la naturaleza nos regala un recordatorio cósmico: un eclipse. Muchos lo viven como simple curiosidad astronómica, pero quienes miramos con atención sabemos que encierra un símbolo profundo. La sombra sobre el sol o la luna no es solo un fenómeno físico: es un espejo de nuestras propias sombras, de los patrones antiguos que deben caer para que surja lo nuevo.
En septiembre de 2025 vino primero, el Eclipse lunar (7 sept.) y esa Luna nos muestra a la luz memorias emocionales, familiares, de la infancia...
Luego vino el eclipse solar (21 sept.): "oscurece" la identidad, mostrando patrones del yo (ese Sol) que ya no sirven.
Como escribió Antonio Machado: “Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario.” El eclipse nos recuerda también justamente eso: que el sol y la sombra se necesitan, que el día y la noche dialogan, que lo visible y lo invisible se entrelazan.
Los que somos educadores no podemos olvidar la educación del Ser Interior y ésta comienza en el silencio: ese espacio donde no se evalúa, sino se acoge; donde la presencia importa más que la nota; donde el niño/a —y los adultos— descubren que en su interior habita un misterio. Y en medio de este clima de eclipse, se abre la posibilidad de un renacer: dejar atrás identidades rígidas y abrazar la calma, la autenticidad y la unión con todo lo vivo.
Hablamos de educación integral, de considerar en los seres humanos no sólo lo material sin también la espiritualidad auténtica, esa que no necesita templos, ni dogmas, ni uniformes. Es un estado de conciencia. Una forma de andar por la vida con los sentidos abiertos y el corazón disponible.
Octavio Paz lo expresó con claridad: “La realidad es más real en el instante que pasa.”
El eclipse es un instante, un guiño, que nos recuerda la urgencia de despertar a lo simbólico. No es superstición: es un lenguaje. La naturaleza habla, y si aprendemos a leer sus signos, también aprendemos a leernos a nosotros mismos.
Tal vez estés sintiendo removimientos en tu cuerpo y tus emociones (no olvidemos que estamos hecho de "polvo de estrellas", un polvo que alguna vez compartimos con la materia que conforma el Sol y nuestra querida estrella está también removida, con un máximo de llamaradas y erupciones que nos impactan a escala planetaria).
Tu mente tal vez esté como una autopista en hora punta.
Ansiedad constante en el pecho.
Que no puedes parar sin culpa.
Que cargas con lo que no te deja respirar.
Pues estás completamente en resonancia con lo que vemos en los cielos.
La
"vieja tú" que sostenía todo con sacrificio está siendo cuestionada. Se
abre la posibilidad de nuevos patrones donde puedes sentir paz y calma
dentro de ti, experimentar un verdadero "renacer" y transformar tus
relaciones desde la raíz.
El eclipse nos recuerda que la sombra no es enemiga, sino maestra: sin noche no sabríamos de estrellas.
Pero para eso, primero deben "caer" las creencias heredadas que ya no pueden sostenerte.
Oscurece lo viejo para revelar lo nuevo, nos invita a soltar creencias heredadas y a recordar que somos algo más que materia o un trozo de carne.
Como escribió Rumi: “Más allá de las ideas del bien y del mal, hay un campo. Allí nos encontraremos.”
El eclipse nos recuerda que la sombra también enseña. Así como la luna cubre el sol, nuestros miedos y memorias pueden ocultar la luz interior, pero solo de manera temporal. Tras la sombra, la claridad regresa renovada.
Educar el alma es un acto de valentía, porque implica mirar con ternura lo que emerge en nosotros y en nuestros niños/as. Pero también es un acto revolucionario: la única revolución capaz de transformar el mundo desde dentro hacia fuera.
Que este eclipse nos inspire a reconocer que vivimos rodeados de símbolos, y que cada uno de ellos es una invitación a despertar.
Porque, como decía Rainer Maria Rilke: “La verdadera patria del hombre es la infancia.” Quizá cada eclipse sea una infancia cósmica, un recordatorio de que siempre podemos renacer, siempre podemos aprender de nuevo.
Mantengamos los ojos atentos: a ese maravilloso cielo que no siempre observamos, así como a la VIDA, que nos guiña a cada paso.
Vivamos como si la VIDA fuera sagrada y misteriosa...porque lo ES.




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